La Biblia de la Universidad de Navarra

JOSÉ MARÍA CASCIARO

  • 1. LA VERSIÓN DE LA BIBLIA DE NAVARRA
  • 1.1. Las introducciones a los libros
  • 1.2. Las notas a los escritos bíblicos

La Biblia se ha traducido a unas 1.800 lenguas distintas (algunas sólo con diferencias dialectales). Buena parte de esos idiomas disponen de varías versiones (decenas en los de mayor peso cultural), realizadas generalmente con empeño de ser independientes. Más de 1.700 de esas versiones en lenguas distintas se han elaborado en los dos últimos siglos1. Y la Biblia sigue siendo un «best seller». En el mundo cultural cristiano – obviamente Europa, América, grandes o parciales extensiones de Asία y África – es el libro por excelencia y referencia básica del existir cristiano

Sin embargo, traducir la Biblia es una tarea muy compleja y laboriosa, que se enfrenta con muchas dificultades. Mencionemos sólo tres:

La primera es que incluye casi todos los géneros literarios conocidos en los países del área mediterránea: narrativo, poético (épico y lírico), profético (muy complejo), eucológíco u oracional, histórico (con matizaciones importantes), doctrinal-teológico, moral, legal, catequétíco, parenétíco y de predicación, proverbial, aforístico, epistolar… Obviamente, cada género literario pide sus propios modelos de lenguaje, su propio estilo. A la hora de traducir, no se puede, por ejemplo, «explicar» un poema o un proverbio, pues se desvirtúa; las imágenes y metáforas no tienen por qué coincidir entre dos lenguas; el vocabulario también tiene sus preferencias…

Una segunda dificultad es la gran extensión de la Bíblía. Viene a tener siete veces la del Corán. Otro tanto habría que decir comparada con las grandes novelas (Don Quijote, Guerra y Paz, Los hermanos Karamázov..), O las monumentales obras de la literatura clásica (Iliada, Odisea, Eneida…). A esa fatiga se añade otra dificultad, las lenguas originales: unos dos tercios de la Biblia están escritos en hebreo de hace aproximadamente 2.000-2.500 años, con diferencias locales y de tiempo (dialecto de Samaria, de Judea…); un tercio, en griego helenístico peculiar, a lo largo de tres siglos: dos antes de Cristo y uno después; y unos pocos fragmentos en arameo regio

La tercera dificultad la constituye la circunstancia de que la Biblia, aunque siga viva en el seno de la comunidad religiosa – característica importantísima – muchos de sus textos, por su antigüedad, cambios de cultura y civilización, están reclamando un encuadramiento histórico, literario, religioso, que no puede hacerse cumplidamente en la traducción, sino fue reclama las notas o comentarios y las introducciones a los conjuntos de libros o a cada escrito en particular. En la actualidad todas las Biblias tienen, de una manera o de otra, más breves o más extensas, tanto las notas como las introducciones. Por eso, hoy día habría que hablar más bien de «ediciones de la Biblia», o algo parecido que aún no está acuñado, que comprendería el conjunto de introducción, traducción y notas. Pero toda «edición» seria, que supone el esfuerzo por penetrar en el sentido de los textos, se enfrenta no pocas veces a varias opciones hermenéuticas posibles, según los casos, con arreglo a la óptica que está en función de otros factores: concepto de Biblia en cuanto libro que contiene una u otra manera de concebir la Revelación divina, presupuestos teológicos y confesionales del «editor» o editores, actitudes hermenéuticas y culturales, etc.

Los reformadores del siglo XVI vieron en las versiones de la Biblia un vehículo importante para la propagación de sus concepciones religiosas. La Iglesia Católica no se opuso nunca a las versiones en lenguas vernáculas: desde los orígenes del Cristianismo se había presentado el mensaje cristiano en las lenguas de los pueblos a los que se evangelizaba, lo que implicaba traducir los textos sagrados, al menos para la catequesis y la liturgia y también para el uso privado de las personas de un cierto nivel cultural. Pero, precisamente, teniendo a la vista la complejidad de interpretación en muchos pasajes bíblicos y las ínterpretacíones subjetivas que se venían haciendo, o podrían hacerse, basadas en el criterio del libre examen de las Escritura, el Concilio de Trento adoptó medidas cautelares para las ediciones en las lenguas regionales. Tales medidas prudenciales consistían, sobre todo, en la condición de que los textos sagrados traducidos en las lenguas entonces modernas, fueran acompañados de notas explicativas con el fin de proteger su recta interpretación. De ese modo, también en áreas católicas, se fueron multiplicando las versiones de la Biblia, que han experimentado un crecimiento impresionante, sobre todo a lo largo del siglo XX. Dentro del ámbito católico, han contribuido a tal incremento varias circunstancias, como son el auge del movimiento bíblico, el uso de las lenguas regionales en la liturgia a partir del Concilio Vaticano II, y el propósito de llegar a unas traducciones ecuménicas, aceptables por las diversas confesiones cristianas.

Como cualquier traductor, el de la Biblia se mueve entre dos polos: la imitación formal, es decir, la conservación morfológica y sintáctica de la lengua original (traducción ad pedem litterae, «literalista»), o, en el lado opuesto, la equivalencia semántico funcional, esto es, la transposición a otra lengua de los contenidos semánticos de la lengua original (llamarla «traducción libre» podría ser ambiguo, inexacto). Naturalmente se dan grados intermedios y no siempre resulta fácil mantenerse en el nivel pretendido; la mayoría de las versiones se balancean entre ambos polos, dentro de una posición preferente.

Manuel Guerra ha recogido y elaborado algunas consideraciones interesantes respecto a las preferencias de un modelo de traducción3. Resumidamente viene a decís que, en la actualidad, en la mayoría de los países la «palabra dada» ha perdido gran parte de su valor si no está escrita. Esta circunstancia es una de las causas por las que la palabra en sí ha perdido consistencia, ha sido trivializada. De este modo, la literalidad en las traducciones ha sido postergada, en beneficio de la «versión libre». M. Guerra, de acuerdo con la mayoría de los estudiosos de filología clásica, sostiene que cada palabra de un texto dado original, en primer lugar, existe, y tiene también derecho a seguir existiendo en la traducción, salvo el caso de que presente graves dificultades para ser traducida por otra sola palabra o una breve expresión.

Otra circunstancia que ha de tenerse en cuenta es que la mayor parte de los textos bíblicos no fueron escritos para una lectura privada – en la antigüedad judía y cristiana pocas personas podían disponer de un volumen escrito para su uso personal -: por el contrario, fueron preferentemente redactados para ser leídos o proclamados ante un auditorio. Tales circunstancias condicionan en buena medida el estilo de los escritos y sus cualidades retóricas4.

Sin olvidar la consideración anterior, para optar por un modelo, el traductor tendrá que definir: 1) a qué tipo de lectores va dirigida la versión (instruidos o poco instruidos en la religión, de cultura media, escasa o alta, etc.); 2) qué finalidad tiene: uso teológico-científico, litúrgico, catequético, lectura piadosa…; 3) o bien, si la versión contempla el más amplio arco de lectores y de usos. Es obvio que toda traducción de la Biblia ha de tener delante las cualidades específicas de sus presuntos lectores y la finalidad de la versión. No es lo mismo una versión litúrgica, que no dispone de notas aclaratorias y que normalmente debe ser escuchada de viva voz por una asamblea de fieles, que otra versión para uso privado piadoso o teológico, que permite un número de notas explicativas y aclaratorias.

Como es conocido, resulta paradigmático el esfuerzo de los traductores judío-helenísticos que llevaron a cabo la llamada versión de los Setenta, que tradujo el Antiguo Testamento hebreo al griego. De manera semejante ocurrió con la Vetos latina – que vertía del griego al latín – o de la Vulgata latina – que vertía del hebreo, del griego o del arameo al latín -. Sobre todo en el caso de la Septuaguinta supuso con frecuencia dar al léxico griego contenidos semánticos que le eran desconocidos, pues sólo existían en hebreo. Por citar casos más relevantes, la ekklésía griega, que era la asamblea del démos de la ciudad, convocada para decidir sobre las cuestiones civiles y militares, se cargó con los contenidos religiosos de la comunidad del Señor, q’hal-yhwh veterotestamentaria, y los escritores del Nuevo Testamento la emplearon para expresar la Iglesia de Cristo, tanto en la esfera de las comunidades locales, como de la iglesia universal. A su vez, san Pablo emplea la voz cháris, que en la literatura griega tenía el valor de brillo, elegancia, belleza, honor…, para expresar algo totalmente nuevo, cristiano, esto es, la gracia sobrenatural, por la cual Dios realiza el paso del hombre del estado de pecador al de justo o santo, merced a la transformación sobrenatural que realiza Dios5.

El castellano actual ha optado por frases cortas, sencillas y claras. Pienso que lleva razón, pues la finalidad primaria del lenguaje, oral o escrito, es la comunicación, y ésta debe facilitar el entendimiento de lo que se comunica, evitar esfuerzos inútiles y ahorrar tiempo precioso. Ahora bien, el fin primario de comunicación no excluye que el lenguaje sea objeto y motivo de arte y de recreación. Pero este segundo valor del lenguaje está hoy muy reducido: se encuentra sobre todo en la poesía, y también, en menor proporción, en algunos géneros de discursos persuasivos, como la predicación, el discurso político – preferentemente electoral -, y pocos más. El castellano moderno rehuye de las frases largas subordinadas. Por eso, cuando el traductor se encuentra con ellas en griego o en hebreo – aquí en menor proporción – hoy día debe esforzarse por separarlas, lo cual no resulta siempre fácil. Las frases desmesuradamente largas se encuentran sobre todo en las cartas de san Pablo y en textos legales del Pentateuco. Por el contrario, en el hebreo y griego bíblicos, especialmente en textos narrativos, es frecuente la parataxis. Ésta, si se traslada sin más al castellano, resulta casi insoportable.

En cambio, en el relato griego clásico – que, a veces, se encuentra de alguna manera en los originales bíblicos griegos – la sintaxis narrativa dispone del uso magnífico y claro de los tiempos y modos verbales: el relato griego emplea sobre todo el aoristo para mencionar los acontecimientos principales del pasado; los participios para expresar las circunstancias y modalidades de tiempo y lugar de los sucesos; el imperfecto para matizar la continuidad de la acción pasada; etc. En principio, el uso verbal del relato griego nos da la clave de la estructura del texto y, por tanto, la clave de su traducción. La dificultad de ésta estriba en la pobreza de los participios castellanos en comparación con los griegos: éstos se encuentran en la necesidad de ser traducidos con libertad de modos y tiempos para que el castellano resulte agradable, por ejemplo, sin abusar de los gerundios.

1. LA VERSIÓN DE LA BIBLIA DE NAVARRA

La traducción de los volúmenes del Antiguo Testamento está realizada sobre los textos originales, hebreos o griegos, según los casos. Se han empleado como ediciones críticas de referencia la Biblia Hebraica Stuttgartensia para los textos hebreos y la edición de Göttingen para los griegos. Para la versión del Eclesiástico (Ben Sirac) se ha utilizado también, además de esta edición griega, la de los grandes fragmentos que restan del texto hebreo, elaborada por P C. Beentjes. En los frecuentes casos en que los originales hebreos y griegos presentan graves dificultades o diferencias en la transmisión textual, se han tomado en consideración las opciones críticas más probables y la versión latina de la Neovulgata. Ésta es reproducida, en caracteres pequeños, a pie de página, debajo de las notas explicativas a los pasajes de los escritos sagrados. Pero la consignación de esas búsquedas ha quedado reducida a lo más imprescindible, sin duda para no disturbar con cuestiones puramente técnicas al gran público, al que se dirigen en primer lugar, y para no aumentar la extensión. Para el Nuevo Testamento se ha tenido como base la edición crítica del texto griego preparada por K. Aland, M. Black, C.M. Martini, B.M. Metzger y A. Wikgren (que revisaron exhaustivamente la edición de E. Nestle), publicada también por la Deutsche Bibelgesellschaft, Stuttgart 1984.

La versión castellana que se presenta nos parece de una fidelidad extraordinariamente cuidada a los textos originales, en la medida en que las mejores ediciones críticas los ofrecen. El lenguaje es correcto, sencillo, y claro: nos ha causado fruición al leerlo. También, por estas cualidades, la versión resulta apropiada para ser citada en cualquier género de trabajos teológicos, pastorales y espirituales. Va provista, como es usual, de indicaciones en títulos mayores y menores, que indican el contenido básico de las diversas partes, secciones y perícopas de texto sagrado.

No hace falta justificar una nueva edición de la Biblia, sobre todo con las características de la preparada por la Universidad de Navarra. En estos años ha recobrado actualidad el legado no sólo religioso, sino también cultural de los del Antiguo y del Nuevo Testamento. Una llamada a este respecto ha sido planteada hace poco por el Papa Juan Pablo II: «La Sagrada Escritura nos presenta con sorprendente claridad el vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de fe y el de la razón. Lo atestiguan sobre todo los Libros sapienciales» 6. El documento pontificio recuerda a continuación el hecho de que en los escri­tos sapienciales del Antiguo Testamento se contiene no sólo la fe de Israel, sino también elocuentes muestras de culturas casi desaparecidas del antiguo Medio Oriente. Pero tal apreciación general puede ser extendida a los otros escritos bíblicos, de manera más o menos adecuada según los casos.

2.1. Las introducciones a los libros

Por impresión personal – sin que haya efectuado una verdadera encuesta – la mayor parte de los lectores actuales de la Biblia no prestan demasiada atención a las introducciones. Allá por la década de los años 1950, hablando de la versión de la Bible de Jérusalem – que había sido publicada hacía muy poco – con mi colega y maestro en la Universidad «Central» de Madrid, el P Benito Celada O.P, recuerdo que me sorprendió porque me dijo que tan importante o más que la traducción en dicha obra eran las introducciones a los libros (por supuesto que es ésa una afirmación discutible). Lo que quiero subrayar es que también para mí, entonces, lo que buscaba con interés era la traducción, no las introducciones.

Sobre todo, la cuestión es que, por muy excelente que sean unas introducciones a los diversos escritos o grupos de escritos bíblicos, su valor resulta más efímero que el de una traducción, aunque ésta también envejezca. Ambos trabajos recorren su existencia a distinta velocidad. La razón es obvia: los descubrimientos arqueológicos, literarios, históricos, sociológicos, etc., de los últimos dos siglos han sido mucho más relevantes que el progreso en el conocimiento de la gramática de las lenguas bíblicas (hebreo, griego y arameo). Esos descubrimientos, aunque conciernen a traducción e introducciones, afectan en grado mucho mayor a éstas últimas. Incluso, la profundización en las técnicas hermenéuticas, que atañen a ambos trabajos más por igual, no nivelan la balanza de la diferencia que hemos propuesto entre traducción e introducciones.

Por estas causas, pienso que el género literario introducción envejece a más velocidad que el de traducción. Lo hemos experimentado en la práctica a lo largo del proceso de la preparación de la Biblia de la Universidad de Navarra. Desde la primera traducción de los Evangelios, hasta la tercera, con un intervalo de casi 25 años, las variaciones pueden calificarse de irrelevantes. En cambio, las introducciones a los mismos Evangelios, desde la primera redacción a la tercera, en el mismo tiempo, has experimentado unos cambios mucho más acusados.

Los volúmenes van precedidos de una introducción general a los diversos grupos de libros (Pentateuco, Históricos, Sapienciales, Proféticos y un grueso tomo que contiene todo el Nuevo Testamento). Siguen el siguiente esquema, con ligeras variaciones: 1) Lugar del escrito en el Canon, estructura literaria y síntesis del contenido. 2) Contexto histórico y literario. 3) Breve proceso de la composición. 4) Enseñanza fundamental. 5) El libro a la luz del Nuevo Testamento.

En las introducciones a grupos de escritos sagrados y a cada uno de ellos en particular, se ha intentado facilitar al lector la comprensión de la estructura y contenido de cada libro, ayudándole a que fije la atención en los pasajes clave, y mostrándole cuál es el propósito de cada autor sagrado al escribir, pues cuanto él dice hay que retenerlo como lo que Dios quiere decirnos por medio de él. Las citas del Antiguo Testamento que contiene el texto del Nuevo Testamento se imprimen en letra cursiva.

2.2. Las notas a los escritos bíblicos

Cualquier lector aprecia en seguida el empeño y la peculiaridad de la edición de la Biblia realizada por profesores de la Universidad de Navarra, por lo que concierne a las notas que acompañan a pie de página el texto sagrado con el intento de ilustrarlo.

Las notas explicativas o comentarios vienen a ocupar algo más de la extensión del texto sagrado. Constituyen, quizá, la peculiaridad característica de esta edición. En ellas se aprecia el interés por alcanzar la conjunción de los factores que hoy día se deben exigir en la «Interpretación de la Biblia en la Iglesia», según las orientaciones dadas por el Documento del mismo título de la Pontificia Comisión Bíblica de 1993. Esto es, cada escrito o partes de él se enmarcan en las circunstancias históricas y literarias en que apareció, se establecen las relaciones doctrinales y literarias con otros escritos sagrados, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y se ofrecen muestras representativas y variadas de cómo se han interpretado y vivido por el pueblo de Dios, de la antigua y la nueva Alianza, reflejadas en las abundantes referencias a los Santos Padres y autores espirituales acreditados, la Liturgia y Catequética y los documentos del Magisterio eclesiástico, así como algunas de sus conexiones con temas de la teología.

En las notas o comentarios se ofrecen anotaciones de carácter doctrinal y ascético que se fundamentan en el mismo texto bíblico, y reflejan la comprensión que – según la analogía de la fe – ha tenido la Iglesia, y las vivencias espirituales de los santos que tuvieron su origen en la meditación de esos pasajes.

Los modos de hacer exégesis bíblica son, obviamente, muy variados: dependen de los objetivos que se propongan. Nos parece que, en su conjunto, los cinco volúmenes de la Biblia de Navarra han logrado una presentación de la Sagrada Escritura en la que se reúnen las principales exigencias de la interpretación del mensaje bíblico en las circunstancias presentes y en un lenguaje adecuado a nuestro tiempo. El trabajo supone un esfuerzo hermenéutico considerable. En él se han tenido en cuenta, de un lado, los logros de las disciplinas exegéticas actuales; y de otro, la tradición viviente de la Iglesia y las relaciones entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: ambos juntos constituyen la Biblia cristiana, en la que el Antiguo Testamento es el fundamento y el Nuevo Testamento el cumplimiento y plenitud del Antiguo.

En esta edición el lector se encontrará con notas de tres clases: 1) Anotaciones generales a cada libro sagrado – suelen ser dos o tres para los de mayor extensión-. 2) Notas a secciones dentro de cada parte de un libro sagrado. 3) Notas a pasajes más breves que tienen cierto argumento completo. Constituyen la mayoría de los comentarios. Los versículos de especial relevancia se comentan dentro de estas últimas notas. Los dos primeros tipos de notas van precedidos de un asterisco (*).

En los márgenes exteriores de la versión castellana van indicadas las referencias de abundantes textos de ambos Testamentos que se relacionan con el pasaje, bien por un paralelismo estricto o por una conexión más amplia. Están bien seleccionados, con rigor y sobriedad. Varios índices ayudan a las eventuales consultas sobre el contendido y estructura de los diversos libros sagrados y acerca de los autores clásicos, obras y documentos del Magisterio citados.

En cuanto al Nuevo Testamento se ha procurado que el lector, al hilo de los pasajes bíblicos, perciba el desarrollo interno y la expansión de la Iglesia guiada por el Espíritu Santo, principalmente en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Se ha buscado la penetración en el mensaje doctrinal, moral y ascético que los apóstoles nos han dejado en sus Cartas; y, finalmente, la consolación y el espíritu de firmeza y esperanza que para los cristianos de su época y de todos los tiempos encierran las visiones proféticas del Apocalipsis.

Por lo que se refiere a las notas a los Evangelios en particular, pretenden que el lector pueda captar la enseñanza de cada evangelista sobre Nuestro Señor Jesucristo y, a través de esa enseñanza, que encuentre la riqueza de la figura de Jesús que ofrece cada evangelio. De ese modo, la historia evangélica invita al lector a introducirse en ella «como un personaje más» – según palabras de san Josemaría Escrivá -. Así, los Evangelios llegarán a ser para él no un libro del pasado, sino una interpelación viva a configurar su corazón y su conducta con los del Hijo de Dios hecho hombre. Como ayuda para esa «lectura cristiana de la Biblia» se aporta una selección de citas en las que se puede apreciar cómo el Magisterio de la Iglesia, los Padres y Doctores y los Santos han comprendido los gestos y las palabras de Jesús.

José María CASCIARO (1923-2004)

Facultad de Teología Universidad de Navarra –  PAMPLONA

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1. Cfr. C. BUZZETTI, La Biblia y sus transformaciones, Verbo Divino, Estella (Navarra) 1986, 113-114.

2. Cfr. CONC. VATICANO II, Dei Verbum, n. 10.

3. Cfr. M. GUERRA GÓMEZ La Traducción de los textos litúrgicos. Algunas consideraciones filológico-teológicas, Seminario Conciliar, Toledo 199, 12-14.

4. Cfr. G. KENNEDY, Retórica y Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 2003.

5. Normalmente la renovación del fiel se opera a partir del sacramento del bautismo, nueva condición que, sin embargo, en la vida presente no es definitiva, no alcanza su plenitud, que sólo se da en la bienaventuranza eterna (de ahí que el cristiano sea al mismo tiempo pecador y justo: subrayado «pecador» en la tesis luterana; subrayado «justo» en la fe católica, sin dejar de estar en situación de seguir necesitando de la gracia divina para alcanzar la plenitud de la santidad). Dicho sea brevemente, con las limitaciones que implica este modo de hablar.

6. JUAN PABLO II, Fides et ratio, n. 16